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Los cambios económicos y tecnológicos que ha traído consigo la globalización han hecho cada vez más frecuentes y más cotidianas las situaciones en las que la comunicación se establece entre personas que no comparten la misma lengua o variedad de lengua, que son originarias de países diferentes, que coinciden, pero que pueden también diferir en valores, actitudes, usos y costumbres. Dado que nuestra vida social es eminentemente comunicativa y dado que la comunicación no siempre fluye con facilidad -no siendo extraño que en consecuencia se produzca cierto malestar en los hablantes o que surjan pequeños malentendidos o, incluso, conflictos-, estas situaciones de intercambio comunicativo a través de las culturas han despertado en las últimas dos décadas el interés de la antropología lingüística y de algunas ramas de la lingüística, como la sociolingüística y la pragmática contrastiva. Los contextos a los que se ha atendido han sido, especialmente, el mundo laboral, los negocios, la escuela, los servicios públicos, y, por supuesto también, el ámbito académico. La comunicación intercultural es, sin embargo, un fenómeno complejo en el que interaccionan factores de distinta índole, por ello, su estudio demanda planteamientos interdisciplinares y no reduccionistas. El objetivo de este artículo es, precisamente, mostrar esa complejidad.
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1. La dimensión comunicativaEl primer aspecto que debemos atender en este estudio es la dimensión comunicativa o lingüística (siempre que este último término se entienda en sentido amplio). Al igual que otras prácticas sociales, las practicas comunicativas se regulan socialmente. Es precisamente, por el papel constitutivo de otras prácticas sociales, que cada comunidad organiza sus intercambios comunicativos, de manera que se establecen normas acerca de cómo hablar, cuándo hablar, quién puede hablar, de qué y con quién (piénsense, por ejemplo, en cómo podrían realizarse sin intercambio comunicativo prácticas sociales como administrar justicia, enseñar, legislar, o practicar la medicina).Cuando aprendemos una lengua adquirimos también estos conocimientos (competencia comunicativa), de manera que ante una situación dada, sabemos qué es lo que normalmente se espera en ese contexto y ello nos guiará a la hora de optar por una lengua, por una variedad y unos usos determinados (así, por ejemplo, en el caso de la comunicación en el aula, es posible que nos inclinemos por la selección de temas académicos en lugar de personales, por exponerlos de una determinada manera, por dirigirnos al profesor con unas formas y no otras, por respetar su derecho a mantener el turno de palabra, etc.). Si comparamos distintas comunidades, encontraremos coincidencias en el abanico de opciones, sin embargo, también se registrarán diferencias, por ejemplo, a la hora de marcar con mayor o menor intensidad la autoridad de los hablantes o a la hora de mostrar respeto, de hacer más o menos fluida la toma de turnos, y a la hora de utilizar unas determinadas estrategias argumentativas, de persuasión y de disciplinamiento en el aula. Tal diversidad es, por tanto, un ejemplo más de la creatividad humana y una fuente de enriquecimiento de los procesos de comunicación. Sin embargo, el tratamiento que de ella se hace es muchas veces controvertido y fuente de exclusión o dominio, ya que, por lo general, se valoran y se priman unos usos y se rechazan o se malinterpretan otros. De hecho, en situaciones de contacto entre comunidades y grupos sociales, suelen imponerse las formas y los modos de la mayoría, o de aquellos grupos sociales con mayor poder y prestigio social. Basta pensar en lo que sucede hoy en los foros académicos en los que, tanto en las publicaciones de ámbito internacional como en los congresos, no sólo se ha impuesto el inglés como lengua franca, sino también los usos retóricos y la definición anglosajona de qué es y cómo deben ser los artículos y las contribuciones científicas. De manera que la riqueza que en sí supone la diversidad, si se utiliza de forma restrictiva y sesgada, puede dificultar e, incluso, bloquear el acceso de determinados colectivos a ámbitos sociales relevantes. Por ejemplo, solo los parlamentarios pueden intervenir en los debates parlamentarios, si bien varían las condiciones de acceso concretas que en los distintos países han de cumplir los individuos y grupos sociales para alcanzar esta condición. De ahí, la excepcionalidad y el acontecimiento que supuso para la vida parlamentaria mexicana el discurso de la Comandanta Zapatista Esther ante el Congreso Mexicano, que si bien intervino en la única lengua permitida en ese ámbito, el español, en lugar de en su lengua, lo hizo vestida como una mujer indígena y evocando la retórica y los conceptos a los que ha dado lugar este movimiento (véase, por ejemplo, Carbó, 2002).Pero dejemos por un momento esta gestión y selección social de los usos comunicativos, para centrarnos en cómo se concretan estos usos lingüísticos diferenciados. Entre los aspectos que se han estudiado destacan, por ejemplo: cuán personal o impersonal se puede ser en un determinado contexto; cómo enfatizar o cómo pasar por alto algunos aspectos; cuán directo se puede ser a la hora de relacionarse con los otros (sobre todo a la hora de mandar o sugerir); cuán explícito se puede ser al abordar cuestiones personales; cómo exteriorizar emociones; qué tono de voz, qué ritmo, qué palabras elegir; cómo utilizar los turnos de palabra o ceder la palabra, etc.Por ello, cuando los hablantes cambian de lengua o de país, tienen que enriquecer también su saber comunicativo. De lo contrario, puede ocurrir que se enfrenten a situaciones comunicativas semejantes, pero que se regulan de forma diferente. De hecho, el desconocimiento mutuo de la forma de conversar del otro, y sobre todo, la falta de consideración de que tales diferencias existen puede dificultar la comunicación cuando interaccionan personas que no pertenecen a la misma comunidad de habla o que hablan distintas lenguas.En ocasiones, la dificultad provienen de que al cambiar de lengua o país, las personas se enfrentan a situaciones que son nuevas por completo, y con frecuencia, además, de vital importancia y en las que el buen hacer comunicativo tienen un papel decisivo. Piénsese, por ejemplo, en la situación que afrontan los demandantes de asilo, cuando tienen que rellenar un formulario cuyo contenido está reglamentado, pero en el que se da por sentado que se ha de exponer, argumentar, justificar de una manera determinada y no de otra.